Luz a base de carburo: Se crearon cuando finalizaba el siglo XIX y comenzaba el XX. Los autos integraron una especie de generador con acetileno. Similar a una olla, en donde se insertaban un gotero y piedras de carburo. Para obtener luz se debía abrir dicho gotero, que al botar agua arriba del carburo, se liberaba un gas.
El gas viajaba por las tuberías hasta llegar al faro, que finalmente se quemaba. El resultado era una llama blanca y muy luminosa. En relación a la anterior tecnología era bastante superior.
Faros incandescentes: Se elaboraron desde el siglo XX, puntualmente segunda década. Constaba de una ampolleta que posee un filamento compuesto de tungsteno. Dicho elemento producía luz. Se desmarcaba de los 2 procesos anteriores, por su comodidad y seguridad.
Lámparas del tipo halógeno: Este elemento evidencia una increíble capacidad de luz en relación a los anteriores. En vez de filamento al vacío, posee gas halógeno en el interior de la ampolleta. Este elemento permite que el filamento logre aumentar la temperatura, sin que se funda. De esta forma la luz que se obtiene es más intensa y duradera.
Ampolletas de Xenón: En vez de usar un filamento, utilizan gas que es plenamente noble. Esto es inodoro, pesado e incoloro. Dentro del mismo faro se encuentran sales con metal, que al recibir corriente, se evaporan. El resultado, es que cuando el auto enciende la iluminación, se obtiene una luz muy potente.
Cabe mencionar que cuando se apagan, las sales mencionadas vuelven a juntarse, esperando a que nuevamente las accionen.
El color proyectado es azul, incandescente, que encandila peligrosamente. Por este motivo de deslumbramiento, posee más detractores que adherentes. Se recomienda usar un mecanismo para controlar la altura de la luz de forma automática. Y así evitar incomodar y poner en riesgo al resto de los conductores.